lunes, 5 de noviembre de 2012

Otoño, y sus promesas cumplidas.




          Acera gris y jersey fino. El frío se hace hueco en el interior del cuerpo. Llueve, pero no quieres irte a casa. Al menos no todavía. El frío te embriaga. Días de Otoño en todo su esplendor. Uno de esos días raros, de sonrisas fingidas, que quedan aún más elegantes, si cabe, enmarcadas por un pañuelo anudado al cuello y vestidas con carmín.

          Septiembre calla; ya no habla. Septiembre zombie. 


          Los días pasan y son ajenos a la colección de gotas de lluvia que se va quedando anclada en el cristal de la ventana. Ajenos a la llamada de Noviembre; que se ha logrado imponer poco a poco. Los guantes ya no son mal vistos, y menos mal... porque ya no sabes de qué manera poder calentar un poco tus manos.
          Un poco de té caliente, que haga vaho al tomarlo con vistas a la calle más céntrica de Madrid. Que
te queme las manos, que queme todo por lo que estuviste a punto de cambiar esto; que aparte de tu camino los días sin sentido alguno y convierta los que vengan en esa clase de días en los que te pondrías tacones para bajar a comprar el pan;

          que los vuelva especiales.

          Un poco de aventura, que deje atrás la rutina y las típicas vidas monótonas. Perdernos por los rincones más recónditos de esta ciudad, y que nadie nos encuentre. Jamás. 
          La vida se basa en tomar pequeñas o grandes decisiones. Unos toman la decisión correcta; otros rara es la vez en la que no se confunden. A decir verdad, no sabría en qué grupo incluirme, pero lo haré en el de las decisiones correctas, ya que por algo estoy  aquí.
       
          Los días van dejando de convertirse en raros. Días vestidos con abrigo y bufanda; días de café caliente y lápiz y papel. Dibujandote. Días que se convierten en felices. Sí, así porque sí. Sin que tal vez tengan ni un porqué; sin que tengan que darte explicaciones. Sólo haciéndote ver cómo pasan los meses y todo cambia; sólo mostrándote cómo las cosas no podrían haber ido a peor, aunque sólo fuera porque llegó un momento en el que eso se convirtió simplemente en imposible; sólo estas calles y tú, y  y estas calles. Sólo un bolso enorme, que te sirva para guardar todo lo que ya no hace falta; que te sirva para no volver a ver lo que en él guardes; que sea una especie de baúl de recuerdos olvidados. De los que nadie quiere.



       

           Pasear con todo eso adherido debajo de la piel, que no se vea. Taparte la cara con el paraguas mientras miras al suelo para no resbalarte. Lluvia, y las reflexiones que nos hace elaborar mientras vemos como cae y juega a no querer tocar el suelo enredándose en tu pelo. Otoño, y la promesa por primera vez cumplida de que todo cambiaría. Hojas en el suelo, recuerdos que se van cayendo, poco a poco, mientras son arrastrados cuesta abajo por la lluvia, y sueños que cumplir. Miles o miles de millones. La lluvia lo borra todo;

          mientras siga el frío, no hay nada de qué preocuparse.


Briggite


       

sábado, 6 de octubre de 2012

De nada sirve regalar palabras...



     A veces echamos de menos algo y ni siquiera sabemos el qué. Sólo sabemos que falta algo... algo que antes estaba y, simplemente, ya no. Parece mentira cómo con sólo pronunciar una palabra pueden cambiar tanto las cosas. Tantísimo.
No hace tanto que todo apuntaba a que las cosas irían a mejor. Aunque puede que esto sea lo mejor, después de todo.
No hace tanto que mis palabras me convencían, lo cierto es que no hace tanto...

Y ahora no.

Hoy todo es raro. Hoy lo que una vez fue rutina, lo natural, es algo, cuanto menos, impensable; hoy lo que antes parecía eterno, va desapareciendo bajo la tela de mi vestido. Hoy todo se consume con más rapidez que un cigarro en boca de alguien hábil; hoy las gotas de lluvia, se evaporan antes de rozar el suelo. Y es que...

De nada sirve regalar palabras.

Al menos, para nada bueno. Tus propias palabras se pueden volver en tu contra. Tus propias palabras pueden atragantarte si no las sacas a que vean la luz; y, si las sacas, corres el riesgo de que ellas mismas te traicionen. De que tú misma lo hagas. Y es que, hay veces, en las que las palabras no sirven para nada; es que, hay veces, en las que es mejor callar, observar en silencio; volverte invisible
Hubo tiempos en los que las palabras sobraban a veces; hubo tiempos en los que las palabras eran lo único que conseguían solucionarlo todo. Mis palabras.
Hoy esas palabras carecen de sentido cuando ayer fueron el centro de todo lo que pasaba a mi alrededor. Hoy llego a la conclusión de que mis palabras me han traicionado; y yo las he dejado hacer a su gusto, porque, lo cierto, es que poco me puede importar ya que no sirvan de nada; de que jugara mi última carta y perdiera; de que lo echara a suertes y, finalmente, saliera cruz. Ganaste.


Como siempre.

La palabra siempre es algo que no hace mucho empecé a odiar; que apunté en mi lista de deseos frustrados para no volver a mentar. Cuando tienes quince años ese siempre es como una meta, y no nos damos cuenta de que algo infinito jamás podrá retener en su significado ninguna clase de meta. Pero supongo que es más fácil engañarnos a nosotros mismos por el simple hecho de que necesitamos vivir en una continua lucha por conseguir algo; somos humanos.

Ojalá ese 'siempre' nunca perdiera el significado que nosotros le damos por primera vez. Ojalá. Ojalá los 'echar de menos' sólo se produjeran cuando son recíprocos. Ojalá.
Qué mal que los deseos no se cumplan, supongo; qué mal que donde ayer hubo un Imperio hoy sólo queden ruinas. Qué mal.

Ojalá hubiera una ley que obligara a que se cumplieran todos y cada uno de nuestros respectivos deseos; ojalá hubiera una ley que obligara a no poder deprimirse un Sábado noche en Madrid. Y, ya de paso, que obligara a servirnos cafés gratis a cualquier hora del día. Pero no, de leyes no va la cosa.

Supongo que el quedarse llorando en la cama no va a solucionar algo que no tiene solución. Supongo que ya va siendo hora de dejar de malgastar Rímmel del caro en restregarlo por las mejillas cada vez que me da por pensar un poco más de la cuenta. Supongo que es hora de cambiar, de dejar de regalar palabras que no sirven para nada y que encima utilizan en mi contra. Supongo que es hora de cambiar. Pero hace tantos años que 'supongo' lo mismo que ya... no. Sé que no.
























jueves, 4 de octubre de 2012

Esas pequeñas nimiedades...


        Odio que el Rímmel me manche las puntas del flequillo de negro un segundo antes de tener que salir a la calle. Odio tener que pintarme la raya de azul turquesa en un vano intento de alegrar mis pupilas. Odio el odiar cada una de las cosas que no hago cada día.

Te acostumbrarás, decían. Supongo que no llevo del todo mal el estar sola, ni el tener que ir con prisas a todos los sitios; el aguantar a cada una de las personas que comparten pegados a mi espalda mis interminables viajes en autobús. Supongo que me gusta este mundo; pero podría gustarme aún más...

Hay gente que se queja por quejarse, yo, sin embargo, intento hacer muchas cosas cada día para que el tiempo pase más rápido y poder ir tachándolos uno por uno a un ritmo mayor.

A veces echo de menos el llegar cada mañana y sentarme a escuchar cada una de las cosas que decían los profesores en el instituto; el no tener que preocuparme por nada; el que me dijeran el tema diez y el once son los del examen; el echarme unas risas con ellos, el tenerles cerca.
Esos tiempos quedaron atrás, tener quince años y todo resuelto, por mucho que cualquier cosa a esa edad parezca un mundo, no es ya tener los dieciocho, y tener que aprender a valerte por ti mismo, en un sitio que no es el tuyo, con gente que acabas de conocer.
Yo, por ejemplo, los primeros días me levantaba y no sabía dónde estaba, esto tiene una ligera esencia de patio de vecinos que al principio llegaba a confundir muchas veces con la casa de mi abuela, pero no, claro que no lo es. Cuando despierto en casa de mi abuela todo está bien, tranquilo, allí las preocupaciones es como si, simplemente, no existieran. Más de una vez he llegado llorando, pero ha sido cruzar la puerta que separa el portal de la calle, y saber que allí estoy segura, que nadie me haría nada, que los desprecios no importaban.

Y ahora estoy aquí.

Y, en un primer momento, pensaba que todo iría  a peor. Pero las noches aquí no tienen punto de comparación con las noches allí. Y eso me calma. Aquí no me paso las noches llorando hasta las siete de la mañana por algo sin sentido; aquí sólo tengo que abrazarme fuerte a mi cojín para saber que, después de todo, nunca estaré sola. ES MEJOR LA SOLEDAD PARA REHABILITARSE, supongo.

Lo cierto es que aquí las noches no se me hacen interminables. Lo cierto es que aquí los días tranquilos son los que priman... puesto que aquí no hay nada que pueda alterarme.
Supongo que, después de todo, me he dejado embriagar por esta esencia que sólo Madrid puede tener; supongo que si aquí mi máxima preocupación en estos momentos es el mancharme de maquillaje el flequillo es que las cosas no pueden ir tan mal, ¿no?.

Entonces...
¿Por qué sigo pintándome de azul turquesa con el único fin de ocultar la tristeza?.

No tengo respuestas para todo; de hecho, últimamente no tengo respuestas para nada... y eso a veces me aterra.
Supongo que hay tristezas que pueden ser consideradas como crónicas, como los 'amores'; pienso que también pueden serlo. Amores entrecomillados, porque lo crónico suena a enfermedad.

Pienso todas estas nimiedades siempre que salgo de casa; siempre que cojo el autobús e intento pasar desapercibida por el simple hecho de que no me apetece ver a nadie. Pienso que no puedo quejarme de algo que yo misma he elegido, y por tanto, intento ver lo positivo de cada día, y, de momento, creo que lo estoy haciendo bastante bien; por mucho que a veces siga añorando esos quince años en los que el único problema era el que alguien dijera o pensara que no era lo suficientemente buena; por mucho que a veces me queje de mi situación, empiezo a cogerle el puntillo, me esperan aquí cuatro años aún, es hora de que empiece a asimilarlo.

lunes, 1 de octubre de 2012

Adiós, Septiembre.


     Adiós a los recuerdos; a los recuerdos de los días lluviosos; a las noches en vela esperando mensajes que quizá jamás llegaron y sólo fueron un sueño más.

Se despiden los días raros, los días que vacilaban entre Otoño y Verano, aquéllos que te obligaban a salir en manga corta y una chaquetilla, 'por si las moscas'. Ahora llega el frío cortante, el que duele, y el que tanto gusta a la mayoría sólo porque no deja paso al vacilar de los días soleados y vagos del Verano; al divagar entre sueños que no se cumplen, por mucho que duela.

Comienza Octubre, y con él las mil y una obligaciones de cada Invierno... Esas mismas que nunca cumplo; los propósitos del frío, esos que nunca llevo a cabo.

Ojalá lo único malo de este nuevo Invierno fuera el tener que despedirse de la 'chaquetilla de por si acaso' y darle la bienvenida al abrigo, el jersey y los guantes. OJALÁ.
Ojalá y no doliera tanto el frío en las manos, ojalá las lamentaciones nos sirvieran a veces para algo...

Pero no.

El dolor suele ser frío y parece que la cura también. Pero es mucho más llevadero el frío, para qué engañarnos...
Es mucho mejor el no tener que salir de tus cuatro paredes con calefacción y manta y así poder evadirte del mundo que te rodea; es mucho mejor el taparse los oídos con un gorro para no escuchar esa voz interior que no para de repetir lo mucho que echas de menos esa vida apoteósica. Es mucho mejor el no tener que dar explicaciones y repetir lo genial que estás cuando en realidad te quedas encerrada en ti misma día tras día...

Así las cosas no van a ir a mejor... pero puede que tampoco a peor.

Recuerdas cuando le dabas al frío las connotaciones necesarias para que careciera de dolor cuando él se encontraba a tu lado; hace tanto tiempo de eso que ahora esas connotaciones intentas guardarlas para cuando te veas con el frío dolor al cuello y duela tanto que no puedas respirar, porque total, ya no hay nadie a tu lado.

Dijeron que iba a costar acostumbrarse, yo sabía que no lo haría nunca. Después de todo, nunca lo he hecho.

Los días siguen pasando, los meses siguen llegando. Hoy llega Octubre, pronto será Diciembre el que haga su entrada triunfal por la puerta grande. Diciembre. Y para esos entonces aquí por Madrid la nieve llegará hasta la altura de las rodillas y el termómetro se disparará de frío; pero eso es ya otra historia, es aun peor sentir que la nieve congela tu interior.

Briggite

domingo, 30 de septiembre de 2012

TIC, TAC...

Llueve, y en mi ventana te echo  de menos...

Y nunca imaginé lo que se pueden llegar a extrañar los tacones, tu cama, tus cosas.
...

Y hace tanto frío... Y hace tan poco que he vuelto para ya volverme a marchar...
Después de todo, las agujas del reloj siguen corriendo en mi contra.
Y no puedo hacer nada por detenerlas, por más que lo intente. Hoy supongo que cometí un error, aunque lo intente disfrazar, en un vano intento de creerme yo misma que huir a veces es lo mejor; sobre todo cuando eres incapaz de cambiar un poco las cosas.

Ahora soy una cobarde por un día haber sido demasiado valiente.

¿Qué importa ya?

De nada sirvieron nunca las lágrimas y lamentaciones, pero es que ahora menos. Intento convencerme de que esta es ya la única manera de empezar de cero; pero es que, simplemente, no soy capaz. Es cierto que no espero nada, porque sé que ni puedo ni mucho menos, debo; pero viví durante tantos años conformándome con lo mínimo que ahora no sé hacer otra cosa. Hubo tiempos de esos en los que bastaba con una mirada, ahora ya hasta eso me sobraría de saber que merece la pena una espera a ciegas...

Aunque no pueda ser, aunque no deje de repetirme que es una tontería.

En el fondo me pregunto si aún conservo ilusión por algo; ilusión de la de verdad, no de la de sonrisas fingidas. Y NO LO CREO.

Al menos conforme pase el tiempo todo esto se hará menos duro... Hasta que lo que aún me ata aquí termine desapareciendo.
Una semana, un mes tras otro; tic, tac...

miércoles, 26 de septiembre de 2012

26 de Septiembre, adorado Septiembre...

No te sueles dar cuenta de las cosas, o sueles hacer como que no te das cuenta... Intentas que no se note lo rápido que pasa el tiempo; día tras día, mes tras mes; año tras año. Sumando la mitad de una década un tanto extraña, y más bien, cómo decirlo... monótona.
Has intentado cambiar las cosas... Bueno, para qué engañarnos, lo cierto es que no has hecho nada, y todo porque no te ha dado la gana. Intentas defenderte y decir que lo has intentado por activa y por pasiva y que no has podido... Ni falta hace que te diga que todo eso no hay Dios que se lo crea...

Y ahora, después de tanto tiempo, tantas cosas, tantos cambios, es como volver al principio de todo; es como no conocer a nadie más que a ti y tener que sacar fuerza de donde a veces no la hay, sólo para salir a la calle mientras te repites a ti misma: 'ya está, no pasa nada, no está, pero tú '.

   ¿Y ACASO SIRVE DE ALGO?.

No paras de 'regañarte' a ti misma mentalmente; no paras de pensar que eres tonta por seguir con un lamento que más bien ya llega a rozar lo estúpido; no paras de repetirte una y otra, y otra vez que no importa. Pero ni tú misma te haces caso, ni tú misma te lo crees... Nadie podrá hacer nunca nada.

Te pones a leer las cosas de siempre, aquéllas que te hacen el mismo daño siempre, ¿qué te pasa ahora por la cabeza?...

       Pena, dolor, miedo.

Pero puede que esa 'Santísima Trinidad' no piensen separarse ya de tu lado... Intentas aceptarla, convives con ella lo mejor que puedes sabes, pero no es suficiente... Y todo porque ni tú misma pretendes que así sea.

Septiembre ha pasado prácticamente; el Verano ya hace tiempo que se fue... Tu Septiembre adorado te ha dejado un año más, junto a sus días amados y sus recuerdos odiados. Sólo queda dar la bienvenida a este Otoño que hace poco se ha logrado imponer, con su frío, sus chaquetas y pañuelos, y sus gripes... Sus brotes de inspiración para algunos y sus motivos añadidos de lágrimas para otros, todo lo que conllevan los días grises, tristes y lluviosos que un día para ti fueron lo mejor. Porque un día la lluvia sirvió como desinfectante de la peor herida que alguien pueda tener y consiguió con su astucia borrar el dolor que se aferraba a tu lado izquierdo. Justo como ahora. Pero ahora la lluvia ya no es ese desinfectante, más bien es el veneno, y te arrastra con ella; y te hace recordar con cada gota que cae desde el cielo al asfalto, aquel día. Y no te deja pensar, te consume con cada gota evaporada por el Sol. Te destroza cada día un poco más.

Eres incorregible y no eres capaz de darte cuenta de que, a 270 Km de distancia, poco importan ya la lluvia y los día calificados como 'lo mejor' o 'lo peor'.

Aquí todo va mal, aunque no se lo crean; aunque no sean capaces de creer cómo en un lugar como este  las cosas pueden seguir yendo mal.
Aquí sólo hay libros para evadirse un poco de la realidad, o más bien de tus sueños anhelados; aquí sólo hace falta montarte en un autobús para transportarte a un mundo totalmente diferente, que no quieres, y que  has elegido.
Cada día que pasa lo tachas e intentas olvidarlo. Son sólo eso: días tachados; días que no valen y que lo único que pretendes es que se pasen lo más rápido posible.

   Y, sin embargo, puede que te estés empezando a percatar de que las cosas podrían comenzar a ir bien en cuanto tú les dieras una oportunidad. La oportunidad para poder ver ese vaso medio lleno el tiempo que te quede aquí; la oportunidad para no arrepentirte el resto de tu vida de haber desaprovechado el tiempo que tienes para olvidarte de TODO, y de todos...


Briggite